\\\\?Suburbios Cercanos\\\\?
Fotografías de Leonardo Marino.
Con textos de Juan Diego Incardona y Eduardo Gil.
Sobre Suburbios Cercanos
Las fotografías de Leo Marino son silenciosas aunque atiborradas de gritos y sonidos. Gritos que aluden a la injusticia y la exclusión. No compadecen, no estigmatizan, no redimen. Paisajes casi desiertos. Muy pocas personas las habitan, sin embargo su presencia es imponente, en los colores y en las palabras, pintadas, dibujadas, insinuadas. Humor, reclamo, ingenio, estrategia y rebusque.
Cumbia en la noche lejana. Un altavoz en la quietud de la siesta. El relato futbolero como telón de fondo del domingo.
No hay aquí espacio para la ironía cínica, la sonrisa cómplice o la latinoamericanidad socarrona a la medida del cliché de exportación. La obra de Leo, rica en implicancias sociales y políticas es también, esencialmente, un poema melancólico y profundo. Quizás un gesto de vago desencanto, quizás un guiño escéptico.
Eduardo Gil, noviembre 2016
Me convenció la luz de ese domingo por la tarde. Había unas nubes indefinidas, una niebla densa que dejaba pasar los rayos del sol cayendo como una gran caja lumínica. Entonces fui al Camino de Cintura, a hacer esas fotos que tanto postergaba. Siempre pasaba por el mismo lugar y pensaba en el sentido de hacer fotos ahí. ¿Para qué? A veces la intuición o pulsión es más valiosa que las ideas preconcebidas y la planificación.
Las primeras tomas me dieron una clave de sol a seguir. Entendí que todas las búsquedas anteriores de \?temas\? o \?ideas\? habían sido inútiles. Que todo estaba mucho más cerca, a mi alrededor, como lo estuvo desde que nací. Esas rutas y avenidas que siempre nombró y transitó mi padre camionero/fletero estaban marcadas a fuego en mí. Todavía hoy describe apasionadamente por dónde llegar manejando a cualquier lugar. Estoy seguro que en la explicación viajan sus recuerdos de años más jóvenes, repartiendo chocolates, medicamentos o encerrado en la caja del camión por piratas del asfalto. Como también las charlas con mi madre, durante la cena, sobre la renovación del alquiler y la esperanzadora posibilidad de adquirir un departamento en un complejo habitacional en cuotas. Los vaivenes políticos y económicos se notaban sobre la mesa. Mañanas de guardapolvo blanco frente a la bailanta Infierno. El fútbol eterno en canchitas de tierra regadas por la gloria de Pelusa. Los amigos de la escuela que en ese tiempo estaban mezclados, los muy humildes con los más pudientes. Los resabios de la dictadura y la guerra esparcidos por los barrios. La violencia habitual de la calle y la fiesta del fin de semana en las veredas. El cotidiano de gente laburante, perros callejeros, autos viejos, yuyos, chapas, cables, postes, ladrillos a la vista, carteles tristes y arroyos que se esconden en tubos.
Toda esa experiencia y estimulación visual-sensorial comenzó a sublimarse en el encuentro con la cámara en 1998, fotografiando todo tipo de eventos, en una sociedad de fomento con piso de portland o en un hotel cinco estrellas. Editando y produciendo una revista que llegó a tener una tirada gratuita de 5000 ejemplares durante poco más de dos años hasta la crisis de 2001. Trabajando en la Dirección de Prensa municipal donde pasaba de hacer un show en vivo a recorrer las plazas más profundas junto a la caravana de los Reyes Magos, llenos de tierra y sonrisas; o documentar un comedor infantil, inundaciones, inauguraciones o la instalación de cloacas en barrios postergados.
Fotografío el Conurbano tal cual lo conozco. Un territorio tan vasto y heterogéneo en el cuál, estoy convencido, vive el gen argentino; y convive con lo latinoamericano en la profundidad de sus calles y su gente. Este lugar inabarcable en un solo libro, me atraviesa, como la fotografía y su locura, que atrapa en su oscuridad lo que muy pronto dejará de existir tal como fue. La fotografía como documento de un espacio tan cambiante es necesaria; como arte, se lo dejo a ustedes.